abril 05, 2004

Telón

Hoy, aún no me he enamorado.

He sustituido el metro por el paseo Gran Vía abajo (por salud, no por temor) lo que dificulta mi enamoramiento diario. La acera no está mal pero no es un vagón de metro. En un vagón el tiempo se estira, puedes detenerte hasta econtrar miradas que te revelan vidas, miradas de las que cuelgas tus esperanzas durante un número de paradas variable que va desde el affair al matrimonio.
La acera te obliga a un ejercicio estresante de indagación en décimas de segundo; levantar su mirada, fijarla, adivinar sin descaro mientras se te echa encima y, sin darte cuenta, perderla para siempre. En la acera son siempre aventuras fugaces, definitvamente prefiero el metro, debe ser mi necesidad de estabilidad, todo lo que queda por debajo de dos paradas acaba por destrozarme el corazón.